El 8 de mayo de 1894 nació, en el popular barrio de Los Hoyos, de Santiago de Cuba, Miguel Matamoros, apellido de su madre Nieves Matamoros, porque su padre, Marcelino Verdecía, los abandonó cuando era muy niño. Pero le dejó una buena herencia el marinero Verdecía: era guitarrista y cantador de cuartetas que, para fines del siglo, se conocían en Santiago como reginas; sobre un fondo sonero iban improvisando los regineros.
Este
Santiago donde nació Miguel era una ciudad bulliciosa, alegre y pobre, que
vivía orgullosa de los recuerdos de las guerras de independencia que se
originaron en esa provincia oriental, a las que aportó sus mejores hijos, y
también de sus glorias musicales. Allí han nacido gran parte de los géneros
musicales básicos del país: el bolero, el son, la conga… Santiago canta y
recuerda. Es ciudad de trovadores.
A
los 7 años, ya Miguel tocaba una minúscula filarmónica y poco después le puso
cuerdas a una vieja guitarra que le dió su hermano Ignacio. Pero se las puso al
revés, y por algunos años tocó así, hasta que aprendió a tocar a la diestra. A
los 15 años era reginero y serenatero –le acompañaba otro jovencito, Trino
Martinello. Pero se ganaba la vida como reparador de líneas telegráficas,
tambien era minero, trabajador en un aserradero y en una fábrica de losetas de
piso. En 1917 consiguió su licencia de chofer y se convirtió en taxista por un
tiempo. Pero ya desde 1912 había empezado a hacer presentaciones en público y
algunas de sus canciones eran conocidas en la ciudad. Aprendió de los maestros
troveros, comenzando por Pepe Sánchez. Hizo dúo con Miguel Bisbé, que hacía de
segundo y agregan otra guitarra al grupo, Alfonso del Río. En 1922 viajan a La
Habana, quizás algún ricachón lo llevó para dar una serenata. Pronto se
presentó la oportunidad de un segundo viaje a La Habana y como del Río no pudo
ir, Matamoros buscó un nuevo guitarrista; Rafael Cueto, seis años más joven que
él. Actuaron como el Trío Oriental, pero no pasó nada espectacular con ellos. Y
regresaron a Santiago, cada uno a su trabajo de día y a la música de noche y
los fines de semana.
El
8 de mayo de 1925, en la celebración de su 31cumpleaños, Cueto llevó a la
fiesta a un joven cantante, Siro Rodríguez. El acople de los tres fue
inmediato, y deciden seguir juntos. No lo sabían, pero estaban empezando a
hacer historia. Había comenzado un trío que permanecería unido durante treinta
y cinco años y revolucionaría el ambiente musical latino. Y comienza cuando
Miguel tenía 31 años, edad a la que ahora se retiran algunos cantantes… Sin
embargo, por el momento no pasó nada extraordinario. Seguían tocando y
ampliando el repertorio, que en ese momento incluía pasodobles, boleros y
tangos. Fue cuando comenzaron a notar que el público prefería los sones
compuestos por Matamoros. Miguel, que además de talento artístico tenía cierto
olfato comercial, se dio cuenta de que mientras no grabaran, mientras sus
números no se escucharan en las victrolas, no pasaría nada. En 1926, el trío
viajó a La Habana para unas pocas actuaciones en el Teatro Actualidades. Y
logran que lo escuchen en la ferretería y almacén general que representaba a la
Víctor en Cuba: Viuda de Humara y Lastra. Sin embargo, el momento todavía no
había llegado. Habría que esperar a 1928, cuando la Víctor y Humara y Lastra
decidieron realizar una gira promocional del Sexteto Habanero por toda la isla,
culminando en Santiago. Les acompañaba Mr. Terry, director artístico de la
Víctor y Juan Castro, empleado y hombre de confianza de Julián Lastra.
La
demora fue conveniente para el grupo. El trío se había ido depurando. Quizás intuitivamente,
estaban haciendo algo muy diferente a lo que se hacía en ese momento. De hecho,
tampoco abandonaron del todo el formato grande de sexteto, y para Mr. Terry y
Castro, no sólo audicionó el trío, sino ampliados a sexteto, con el que
trabajaban alternando con el trío, según fuera la ocasión que se presentara.
Pero Mr. Terry y Castro se decidieron inequívocamente por el Trío. Pocos días
después, el Trío estaba en el Norte, grabando en los estudios de la Víctor,
posiblemente en Camden, New Jersey. Cuando iban a comenzar a grabar el director
del estudio objetó el nombre de Trío Oriental porque ya existía un trío con ese
nombre, el de Blez y Figarola y había un Cuarteto Oriental. Entonces se
decidieron por el sonoro apellido de Miguel: Matamoros. Grabaron en tres días,
mayo 28, 29 y 31 de 1928, 21 números. El primer disco que salió –V-81274 tenía
Olvido, un bolero, y el son El que siembra su maíz, ambos de Miguel. El éxito
fue instantáneo. En poco tiempo se vendieron miles de copias, más de las que
vendió el Sexteto Habanero, la estrella máxima de la Víctor en aquellos
tiempos, con cualquiera de sus grabaciones. El porqué de este éxito se debía a
diversos factores. Hasta el momento la mayor parte de los tríos como el
Borinquen, eran en realidad un dúo de cantantes con acompañamiento de un
guitarrista, y otros de dos guitarras, como el Trío Oriental de Emiliano Blez y
José Figarola que, aunque habían grabado desde 1914, no habían logrado un éxito
notable.
En
el año 1926 cuando el Trío viajó a La Habana, según Cueto, aprendieron la
importancia de la base musical que daban las modestas claves y las agregaron a
su instrumentación. Hasta ese momento, Siro tocaba solamente las maracas y
desde entonces las alternó, o posiblemente como sucedía con el Cuarteto Machín
y otras agrupaciones, a la hora de grabar, aparecían unas manos misteriosas, y
se escuchaban las dos guitarras, las maracas y las claves, aunque se tratase de
un trío… Esencial fue el estilo innovador, único y diferente de ambos
guitarristas. Miguel sabía combinar sabiamente el punteado con el rasgado de la
guitarra. La guitarra que rasguea solamente, como hacía la mayoría de los guitarristas
de la época, no va más allá de seguir un patrón rítmico; la guitarra que puntea
hace melodía, armoniza. Y Cueto, por su parte, supo convertir los patrones
rítmicos de las comparsas santiagueras en los sabrosos tumbaos en que combinaba
el rasgueo de la guitarra con golpecitos a la caja de la misma.
Y
luego estaban las voces. A diferencia de las voces broncas de los sextetos de
moda, tanto Miguel como Siro tenían voces de bellos timbres y aquella
combinación de tenor y barítono tenía un fuerte sabor, sabor a Caribe, sabor
mulato. Era música básicamente para escuchar y ése fue también parte de su
éxito. Supieron reducir las complejidades del son, con polirritmia y sus coros,
a dos voces, dos guitarras y un instrumento rítmico. Y estaba el repertorio: fundamentalmente
las maravillosas inspiraciones de Miguel Matamoros. Si Miguel no hubiese
cantado ni tocado, sus composiciones por sí solas, lo hubiesen hecho inmortal.
Bastarían Lágrimas negras, Son de la loma, La mujer de Antonio, Olvido y unas
cuantas más. En resumen, se había probado una vez más, que en arte, menos es
más. El Trío le podía a los Sextetos y Septetos.
Pero
parece que Humara y Lastra, o Miguel, o ambos, no las tenían todas consigo.
Porque en diciembre de 1928 mientras actuaban en La Habana, en el Teatro
Rialto, el Septeto Matamoros grabó para la Víctor. Además de ellos tres, tenían
a Manuel Borgellá en el tres, Agérico Santiago en el clarinete, el cornetín con
sordina y la corneta china, Francisco Portela en el contrabajo y Manuel Poveda
en las pailitas. Pero estas grabaciones, entre ellas Mi Teresa, El fiel
enamorado, Oye mi coro, Déjame gozar mulata y Los Carnavales de Oriente, no
tuvieron el mismo éxito que las del Trío. Ya la preferencia de la Víctor en los
Estados Unidos era por el Trío, a juzgar por el historial discográfico. En
1929, en su segunda visita, grabaron 20 números en tres días, en julio. En los
años 30 y 31 grabaron varios números en Cuba, probando en este último año con
un cuarteto, agregando una trompeta al Trío. En 1934, volvieron a grabar en
Nueva York y, al parecer, para explorar el mercado, grabaron cuatro números el
30 de julio de 1934, con una supuesta Orquesta Matamoros que pensamos fue un
grupo organizado por el músico cubano Alberto Socarrás, destacado saxofonista y
flautista, que hacía años residía en Nueva York y había tenido su propia
orquesta. También en La Habana hicieron algunas grabaciones con la Orquesta de
Romeu. Ese año hicieron 33 grabaciones con el Trío, que, al parecer, seguía
siendo el favorito del público para aquella época. En 1935, grabaron en Nueva
York seis números con el septeto y 20 con el Trío. Las últimas grabaciones para
la Víctor allá son 12 números, en el año 1937.
De
ahí en adelante grabarían decenas de discos en los estudios que usaba la Víctor
en Cuba hasta los años ’50, la mayoría de los cuales eran del Conjunto y no del
Trío. Esta tendencia es lógica, pues la música bailable brinda más
oportunidades para un grupo, que la simplemente vocal.
Paralelamente
a sus actividades discográficas, el Trío tuvo una activísima vida artística en
sus treinta y cinco años de existencia. Siempre actuales en Cuba, viajaron
además en los años sucesivos al 29: a Nueva York varias veces, a Yucatán y a
Santo Domingo en 1929 y 1930, a Europa en 1932 con la Orquesta Siboney de
Alfreto Brito, en gira que se extendió por el norte de España, Madrid,
Barcelona –donde hicieron algunas grabaciones para la Víctor- París, nuevamente
Madrid y Lisboa; en 1933 viajaron por Panamá, Venezuela, Curazao y Colombia; en
1937 a Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Perú, Panamá y Jamaica. En las
décadas del ’40 y ’50 continuaron los viajes a Nueva York, Santo Domingo,
Puerto Rico, México, Panamá, Venezuela, siendo el último en 1960 a Nueva York
antes de su retiro, el 10 de mayo de 1969, en La Habana.
El
Trío grabó además varios Lp’s en la década del ’50 para los sellos Kubaney,
Martínez Vela, Ansonia y Velvet y con el Conjunto para RCA Víctor. En la década
del ’50, Miguel estaba sentimental y artísticamente unido a la cantante Juana
María Casas, (La Mariposa) y grabó con ella un Lp para el sello Panart, bajo el
título de Cuarteto Maisí, con guitarra, piano, trompeta y tumbadora y las voces
de Juana María y Miguel –era en realidad un quinteto- demostrando que aún a los
60 años, era Miguel Matamoros, con Trío o sin él… De esta unión con la Mariposa
nació una hija, Seve Matamoros, que aunque ha intentado la carrera artística,
no ha tenido éxito.
Años
antes, y con otra santiaguera con la que tuvo amores, y a quien le dedicó el
bolero Mata y Beby (Mata como apócope de Matamoros y Beby por el apodo por el
que se conocía a esta señora) tuvo un hijo, Mario Miguel, a quien le dedicó
un número con ese mismo nombre Mario Miguel. Con Mercedes, su primera esposa a
la que volvió a unirse después de divorciarse de La Mariposa, no tuvo hijos,
que sepamos.
Aunque
se calculan unas 200 composiciones de Miguel Matamoros, en su mayoría sones y
boleros-sones, es muy posible que sean más. El investigador Rodolfo de la
Fuente, en un interesante trabajo publicado en la Revista de la Asociación de
Coleccionistas de Puerto Rico, con evidencias, dice que algunas de las letras
de las composiciones de Miguel, son de su medio hermano, Ignacio Falcón
Matamoros, entre ellas El que siembra su maíz, Olvido y Lágrimas negras. Es
posible que así sea, pero es tanta la gloria de Matamoros, que bien puede
compartirla con su hermano.
Al
retiro del Trío como tal, Siro y Cueto se reunían ocasionalmente para hacer
música. Tocaba con ellos Benito González, un admirador del trío de toda la
vida, que aportaba la guitarra faltante. Benito, además, frecuentó el trato con
Miguel cuando éste vivía en Regla, durante su matrimonio con La Mariposa. Según
Benito, la última composición de Miguel es un bolero-son titulado Destinos
unidos. Hemos tenido la oportunidad de escuchársela a Benito, y realmente
Miguel siguió siendo un gran compositor, hasta el umbral de su muerte.
Curiosamente, los tres integrantes del Trío fallecieron con intervalos de diez
años, como señaló Pedro Zervigón en interesante artículo que escribió a la
muerte de Cueto: Miguel, el 15 de abril de 1971; Siro, el 29 de marzo de 1981 y
Cueto, el 7 de agosto de 1991
El
conjunto Matamoros tuvo grandes cambios de personal en su historia. Por
ejemplo, según Francois Sevez (Historia de la voz dominicana, 1942-1950) el
grupo que actuó en La Voz del Yuna en enero de 1947 se componía del trío con
José Interián y José Antonio Quintero, trp.; Rigoberto Díaz, cantante; Evelio
Rodríguez, p.; Cristóbal Mendive, bajo y Saturnino Díaz, bongosero. También le
acompañaba como bailarina y animadora Ana Gloria Varona. En las grabaciones del
Conjunto de 1948 en que se escuchan en algunos números buenos solos de piano,
estos pueden ser de Peruchín Jústiz o de Ramón Dorcas.
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